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Según el informe de OBS, Colombia ha
construido una arquitectura regulatoria ambiciosa para fomentar el pensamiento
crítico, pero la falta de formación docente, la escasa operacionalización
curricular y las desigualdades institucionales impiden que la normativa se
traduzca en verdadero desarrollo estudiantil.
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Según el ICFES, la mayoría de los
universitarios colombianos alcanza solo niveles intermedios en lectura crítica.
En un mundo saturado de información, polarización y automatización, el
pensamiento crítico no es un lujo académico, sino una necesidad vital. El
informe “Desarrollo del pensamiento crítico en la Educación Superior e
innovación pedagógica en un mundo complejo y digital.” elaborado por Mireia
Vendrell Morancho Profesora de OBS Business School. lo plantea como una
habilidad estructural de la educación contemporánea, una competencia que
combina razón, ética y acción para formar ciudadanos capaces de analizar,
decidir y transformar su entorno.
El estudio que
analiza la evolución del pensamiento crítico en España, Colombia y Perú
entre 2020 y 2025, demuestra que los avances normativos y tecnológicos no
bastan si no se acompañan de formación docente, coherencia institucional y
entornos que promuevan la duda y el diálogo.
En Colombia,
la autora subraya una paradoja, en la cual el país cuenta con uno de los marcos
normativos más sólidos de la región el Decreto 1330 (2019) y la Resolución
21795 (2020) exigen su desarrollo y evaluación, pero los resultados aún son
modestos. Según el ICFES, la mayoría de los estudiantes universitarios alcanzan
niveles intermedios en lectura crítica, lo que revela una brecha entre la
política y la práctica.
En España, la
integración del pensamiento crítico en los planes universitarios es un hecho.
La Ley Orgánica del Sistema Universitario (2023) y los programas de
aseguramiento de la calidad lo reconocen como una competencia esencial, aunque
el informe advierte que los resultados siguen siendo desiguales entre regiones
y disciplinas. Iniciativas recientes, como CO-CRITIC.AR, o el uso de
herramientas como ChatGPT para debates guiados, demuestran que el
pensamiento crítico puede fortalecerse cuando la tecnología se usa con
mediación reflexiva. “Pensar críticamente no es solo una habilidad cognitiva,
es una forma de ser y de actuar con conciencia ética”, afirma la autora del
informe. “No basta con saber acceder a la información, hay que aprender a
interpretarla, contrastarla y cuestionarla.”
Además, el 91 % de los estudiantes colombianos afirma utilizar
herramientas de Inteligencia Artificial en su día a día, según un estudio
de GAD3 para Planeta Formación y Universidades, lo que refuerza la
urgencia de formar una mirada crítica sobre su uso
Por eso, Mireia
Vendrell Morancho ofrece seis pasos o claves que toda institución
educativa puede aplicar para desarrollar pensamiento crítico de manera
sostenible:
- Alinear
el currículo con la reflexión ética y la acción social. No basta con mencionar el
pensamiento crítico en los programas, hay que definir cómo se enseña y
cómo se mide.
- Formar a los docentes como
mentores del pensamiento. El profesorado debe ser modelo de deliberación y curiosidad,
más que transmisor de contenido.
- Adoptar metodologías activas y
contextos reales. El aprendizaje basado en proyectos sociales o dilemas éticos
favorece la autonomía intelectual.
- Evaluar con propósito. Las rúbricas, la
retroalimentación y las tareas auténticas permiten medir no solo lo que se
sabe, sino cómo se piensa.
- Educar en inteligencia
artificial crítica. Analizar respuestas de la IA, detectar sesgos y promover la
transparencia tecnológica son hoy tan esenciales como aprender a escribir
o argumentar.
- Garantizar equidad
institucional.
El pensamiento crítico florece solo en contextos donde todos sin importar
su origen o acceso tecnológico pueden ejercer su voz y su juicio.
El informe advierte
también que la irrupción de la inteligencia artificial ha cambiado el
terreno del aprendizaje, si se usa sin mediación pedagógica, puede generar
dependencia cognitiva y pérdida de autonomía intelectual. Por ello, la autora
propone una alfabetización digital crítica que enseñe a dialogar con la
tecnología, no a delegar el pensamiento.
En sus conclusiones,
la autora plantea una visión esperanzadora, el pensamiento crítico no se enseña
repitiendo, sino creando espacios donde se pueda disentir, preguntar y
construir sentido propio. Colombia, con su marco educativo en
transformación y una juventud cada vez más digital, tiene el potencial de
convertirse en referente regional si logra que sus políticas se traduzcan en
práctica cotidiana. Porque como afirma Mireia Vendrell “pensar críticamente no
es desconfiar del mundo, sino atreverse a entenderlo para transformarlo.”








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