“El ego no cohabita en el
oficio de escritor”, Lucía López Coll
Por
Andrea V. Caro Martínez
El
sábado 28 de enero, Leonardo Padura participó en dos eventos del Hay Festival.
A las 12 de la tarde estuvo en un íntimo club de lectura dirigido por Margarita
Valencia, donde el autor de Personas decentes era dueño de cada respuesta y
manifestaciones de gratitud y admiración. El micrófono obtuvo tantas huellas
que si fuera evidencia clave para que Mario Conde resuelva un homicidio, más de
uno estará bajo observación policial. Lucia, su esposa, estaba en primera fila,
al lado de una buena amiga cubana que ahora es un poco más cartagenera que
varios nativos. La también escritora sonreía, siempre con gracia, atenta como
si fuera la primera vez que escucha a su marido hablar de sus obras, y capturaba
en su celular el momento que los acompañaría de regreso a casa y a su realidad.
Cargaba una pequeña bolsa de cartón donde guardaba la camiseta que el escritor
usaría en el segundo y último evento, un conversatorio en el gran auditorio
Getsemaní, dirigido por el periodista español Juan Diego Quesada.
Entraron
por la puerta principal del Centro de Convenciones a las 11:30 de la mañana, a
las 2:40 y a las 3:50 de la tarde, siempre abarrotado de gente, algunos se
volteaban y murmuraban ‘ese es Padura’, otros lo saludaron a los lejos ‘¿Cómo
está, Maestro?’, y los más osados se acercaban solo para caminar juntos hasta donde
los organizadores se lo permitieran, todos con palabras de gratitud, con muchas
preguntas sobre qué pasó con Adela, y Lucia, nunca se molestó, nunca dijo
‘¿habrá un lugar solo para esperar?’, ella sonreía y preguntaba si tendría una
escarapela para acompañarlo siempre.
Aquel
maestro de las letras duró una hora firmando libros y con sonrisa cálida
conversaba con cada lector. A un lado, estaba ella, el polo a tierra del escritor,
novelista, periodista, pelotero que generaciones leen, bueno, a él y a Mario
Conde. Un hombre que esperaba pacientemente su turno para una fotografía le
preguntó a la compañera de aventuras de Leonardo, si al maestro no le molestaba
tal invasión al espacio personal, pues hasta besos y abrazos respetuosos
recibió.
-
¿Por qué? – preguntó Lucia sosteniendo una bolsa de tela llena de libros que le
habían regalado a su marido –. Estos son los espacios para que él conozca y se
relacione con quienes lo leen. Es parte de su trabajo. El ego no puede
cohabitar en este oficio. Lo que sí es invasión a nuestra intimidad, privacidad
es cuando llegan a nuestra casa por una foto o porque quieren conocer a Padura,
y él está ejercitándose, escribiendo, fumando o tomando café.
Regresó
su mirar al escritor, observó al novelista secándose el sudor de su frente, se
cercioró de que todo estuviera bien, y se sentó en el mueble a unos escasos
metros, a esperar dulcemente que Leonardo Padura terminará.
0 Comentarios:
Publicar un comentario